Por Redacción
2021-10-04 13:13:55
Santiago Motorizado, músico. Ph.: Paula Gonzalez.
Por Joaquín “El Colo” Alonso
A veces, cuando todo es un nuevo inicio, las efervescencias se materializan bajo el halo de las luces de escena y se maquillan en cámara lenta con el humo de un clima que aliviana, libera y acomoda emociones resguardadas en el fondo de los corazones marchitos por el tiempo, el dolor y los golpes cotidianos. Porque las canciones de Santiago no son otra cosa que un reconocimiento a la poética que encarna la vida diaria de la clase media argentina. Unas vacaciones raras que, al igual que los silencios incómodos, de vez en cuando son necesarias.
Santiago Motorizado ha logrado imponer un estilo, una forma de despojo escénico que sintetiza una carrera ajena a los grandes espamentos de virtuosismo y encalla en la simpleza de la canción como elemento fundamental de un mensaje concreto, directo y, sobre todo, simbólico para las últimas dos generaciones del indie argentino.
Resulta interesante la simbiosis que mantiene Santiago con El mató a lo largo del tiempo y su necesidad de aventurarse en una incursión solista, pero jamás enfrentar el desapego referencial del que podría considerarse su proyecto principal. Tal vez, estas referencias sean su manera de despersonalizarse y mantener la jerarquía de una identidad grupal por sobre el santuario en el cual ciertos gritos del público se esfuerzan por colocarlo. Es un tipo tranquilo, que acomoda el show a su tiempo como si todo sucediera en una especie de cámara lenta, deteniéndose a escuchar y contestarle a un grupo que parece necesitar la atención del artista, aunque sea por un segundo porque, según dicen, las canciones no son suficientes para asesinar el ego del fandom moderno.
Hay cierta informalidad buscada en la forma manejar a la banda (que dicho sea de paso, son los Bestia Bebé), como si el hecho de que los músicos entren y salgan del escenario a su antojo le permitieran cierta espontaneidad. Un nivel de improvisación que responde a su estética y su imaginario para terminar de cerrar lo que, tomando distancia, pareciera un concepto ideado por una cabeza que mantiene claras sus intenciones visuales, su interacción con la mirada del otro y las consecuencias que pudieran desencadenar.
Las tradiciones en este contexto han cambiado, han obtenido nuevos significados que se adaptan a nuevas formas de disfrute y, para quien se ha formado en un consumo cultural signado por los modos de los noventa y primeros dos mil, resulten quizás un tanto superficiales, pero hay que entender que las reglas se han sumergido en la asepsia propia de una virtualidad impoluta y se han alejado de la rusticidad de la calle. A lo mejor, sea un cambio positivo en el ecosistema de los recitales y un paso más hacia la profesionalización de una escena. La búsqueda será, entonces, que no nos domestiquen.
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