Por Redacción
2022-05-16 17:16:27
Walas, cantante de Massacre.
Por Joaquín "Colo" Alonso
Mientras la lluvia todavía se seca en las esquinas de Güemes y este domingo helado obliga a sobrellevar la resaca de un fin de semana apelmazado de propuestas, ruidos y sustancias, en Club Paraguay se levanta una pared de espejos que reflejan el sol de California y se mezcla con los ecos de una sinapsis compleja, psicoanalizada y distorsionada por años de cultura alternativa argentina. Massacre vuelve a Córdoba, y los silencios se rompen por un rato.
Siempre es interesante exponerse a una banda como Massacre, a la que hemos visto pisar tantas veces los escenarios cordobeses sin el miedo al fracaso y la seguridad que brinda una carrera de más de 35 años en la que se ha militado cualquier fracaso posible del underground y las mieles de ser parte de un establishment cómodo pero caníbal. Han transitado desde Cemento hasta el penal de Olmos, pasando por Obras, el Luna Park y la idiosincrasia de los festivales más grandes de la Argentina.
Hay que entender que cuando se va a ver a esta banda se tienen ciertas garantías de calidad técnica y artística que muy pocas veces han fallado durante los últimos años. Son una banda todoterreno que, vista la lista de temas, ha sabido reconciliarse con su historia para actualizarla en una certera revolución de distorsiones y mostrarse satisfechos ante la posibilidad de poder tocar canciones de Sol Lucet Omnibus (1992) mixturadas con las novedades de Biblia Ovni o Mariposa sin que el público se quede afuera por razones generacionales. Hay de todo y para todos porque Massacre, como bien se auto percibe en el speech de Walas; es compra, venta y canje.
Resulta envidiable el hecho de que una banda pueda volver a sus raíces de una manera tan dinámica y que la razón principal para hacerlo sea que jamás las abandonó. Canciones que son versiones, historias, procesos y etapas de un grupo que hoy, después de tantos años, se encuentra consolidado en un círculo hermético por necesidad, pero generoso por naturaleza que ya lleva 20 años de trabajo de equipo constante, alternativo y pesado para llegar a los espacios que hoy recorre. Algo así como Fugazi, pero con un poco más de glitter.
Massacre logró calentar una ciudad desencajada por el frío, la humedad y la resaca. Logró juntar a 3 generaciones de oyentes unidos por el amor a una belleza que, ciertamente, no es fácil de encontrar. Massacre supo ser culto y hoy trabaja relativamente cómodo en un ambiente cada vez más chico, que se resiste a desaparecer a fuerza de producción independiente y autogestión. Se ha convertido en bandera de un espejismo tan real, que nos ayuda a seguir caminando.
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