Por Redacción
2020-09-22 11:40:49
Portada de “Siamese Dream” disco de The Smashing Pumpkins.
Por Joaquín Alonso
La belleza, como elemento subjetivo, es y ha sido siempre la utopía del artista. Ese concepto indefinible por su ambigüedad que abre las puertas a la evolución constante de los géneros y cuya principal virtud es potenciar la sinapsis de quienes la buscamos incansablemente solo para traicionarnos y, en una cruel vendetta, jamás dejarnos alcanzar por ese ideal. La belleza, entonces, es la perfección. Pero al mismo tiempo, la perfección también se encuentra envuelta por las dudas de la subjetividad; y esa cualidad, es inevitable. Tal vez, como principio de acción y no como expresión de conformismo, la perfección no exista en el arte, sino más bien en nuestra interpretación del arte. La música, como fenómeno artístico, cumple también con su ambigüedad discursiva y matérica. De ahí, su belleza inalienable.
THE SMASHING PUMPKINS es una banda marcada por una dictadura conceptual que ha respondido siempre a las intenciones musicales de la extraña y retorcida percepción de Billy Corgan que, más allá de haber sido la principal causa de ruptura, ha permitido mantener una línea estilística clara y personal. Para 1992 la banda ya estaba quebrada internamente, con un guitarrista sumiso, una bajista negada, un baterista ausente por alcoholismo y sujetos a los caprichos y delirios de grandeza de un cantante conocido por la obstinación y susceptibilidad de un ego gigantezco. Un cocktail perfecto para la resurrección o la muerte definitiva.
En SIAMESE DREAM confluyen la sensibilidad de una infancia quebrada, el romanticismo adolescente de quien anhela el éxito bajo sus propios términos vislumbrando un futuro luminoso a pesar de la tristeza pasada y la pasión suicida que impulsa a aguantar los golpes de la melancolía y el desinterés. Es un disco impulsivo y revoltoso. El sonido de la adrenalina fluyendo en las venas mientras el corazón se dilata para soportar la paliza. La vuelta al mundo en 80 segundos haciendo escala en la luna. El latigazo de la indiferencia rompiéndose ante los verdaderos sonidos de la libertad.
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