Por Redacción
2020-10-06 12:56:23
Portada de "Blackstar".
El miedo a la muerte es el generador de acción más prolífico, es cierto, pero la muerte en sí misma (y me refiero a la muerte como hecho fáctico, pronosticado y asegurado) es la inspiración más fuerte que un proceso artístico pueda manifestar. Una fecha límite impostergable, ineludible y definitiva, que te obliga a aprovechar el tiempo a pesar de la oscuridad y el temor a lo desconocido. Rechazo, desamor y angustia eso quedan de lado para encarar una metáfora esencial, despojada y, por sobre todas las cosas, fatídica.
DAVID BOWIE se convirtió en el artista definitivo, el más camaleónico y complejo de los compositores populares contemporáneos. Eligió transformar su muerte en un provecho artístico y exponer el camino transitado desde un disco conceptual, oscuro y profundamente metafísico, lo que supone haber dejado de lado su propio ego y escribir un testamento, un diario íntimo cargado de pensamientos siniestros y miedos inexplicables. La muerte pública.
BLACKSTAR saca a Bowie de su pedestal y nos lo impone como ser humano. Traduce el terror al silencio en una serie de canciones de clave pop impresionista, marcadas por referencias directas a su propio universo lírico y escénico. Es David Bowie rindiendo homenaje a David Bowie, dejándose ir por completo y firmando la tregua con un pasado que lo atosigaba. Es su propio funeral compositivo. Un cajón vacío en una ceremonia conducida por el muerto. Ziggy Stardust, el Mayor Tom, el Duque Blanco, Nathan Adler y la araña de vidrio observando su marchitez progresiva y entendiendo a la muerte como ineludible. Es Bowie matando a su último personaje para exponerse totalmente desnudo por primera vez en su carrera.
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