Por Redacción
2020-12-08 14:16:36
Tapa de “Harvest” de Neil Young
El vacío es el único estado en el que existe un silencio real. La falta de aire implica la imposibilidad de perturbarlo y, por consiguiente, también reduce a cero las probabilidades de generar un sonido. Imaginate que, de repente, dejen de existir los autos, el ruido de las hojas impulsadas por el viento y la música. Imaginate la desesperación de perder las voces, los pasos, las puteadas y los halagos. Imaginate el hecho de no poder hablar, por la falta de coordinación entre boca y oído. Imaginate el silencio total, en el cual la palabra vacío vuelve otra vez, pero con una fuerza etimológica distinta. Imaginate el miedo de no entender qué está pasando por nunca habértelo planteado como la posibilidad real que, en fin, el vacío y el silencio son. Ahora, pensá en el privilegio que tenemos por el solo hecho de poder escuchar música, crearla y entenderla. Ponete a pensar qué horrible y ambiguo puede ser el vacío.
NEIL YOUNG es, injustamente, el artista de culto más prolífico de los últimos 60 años. Es un monstruo compositivo capaz de abarcar el folk, el country, la psicodelia y el hard rock en un mismo disco y hasta, en algunos casos, la misma canción. Es el digno hijo del frío canadiense convertido en el calor del sol californiano e iluminado por las coloreadas geometrías del ácido de san francisco. Fue el trovador de guitara acústica, el hippie de las canciones interminables y el apático protector de las distorsiones del seattle noventoso. Fue la nada en medio de la multitud y, al mismo tiempo, fue el ruido inhundando el silencio.
HARVEST fue la revelación de un éxito real para un artista introspectivo que en ese momento exploraba las novedades de la post psicodelia enmarcada en el principio de una década oscurecida por los edificios, la heroína y el incremento exponencial de la violencia callejera estadounidense. Fue el intervalo que demarcaría el final definitivo del sueño americano. La suerte de haberlo visto todo para descubrir que ya no importaba. Fue la melancolía por la muerte de un hijo de dios que jamás resucitaría.
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