Por Redacción
2021-02-02 14:10:47
Portada de "Kill Gil" de Charly García.
Los ídolos son esos profetas que uno elige y adopta como propios. La referencia que uno sostiene como vara máxima ante el mundo, ya sea por mérito artístico, Impacto visual, interpelación emocional o admiración intelectual. Sostenemos sus banderas con un amor incondicional, ilógico y hasta irracional, porque los ídolos no nos encandilan de manera objetiva. Simplemente nos cautivan, nos envuelven con un enamoramiento arrebatado y, muchas veces, nos definen como consumidores culturales, pero de manera aún más importante y profunda, nos forman como sujetos de acción y nos guían en una primera comprensión del universo social. En algún texto anterior recuerdo haber hablado de los genios, aclarando que no es un término a utilizar con cualquier artista, sino ante ciertos personajes tan definitivos como definitorios. Genios fueron los Beatles, los Stones, Beethoveen, Bach, Bowie, Prince, Lou Reed, Spinetta y, por supuesto, García.
No hace falta que les explique quién es CHARLY GARCIA ni el por qué lo incluyo en una lista de discos como esta. Lo realmente importante en esta recomendación es el contexto. 2007 sería el tramo final (aunque no menos intenso) de un período caótico, desordenado y politóxico de un Charly exaltado y, a esta altura, tan impredecible como su música. Ante este panorama nacía el concepto de un disco que jamás se finalizaría y que terminaría perdiéndose en un disco duro arrojado al inodoro durante uno de los tantos arrebatos de egomanía psicótica de García. Se dice que el álbum era una obra maestra y quienes lo escucharon lo describen como una pieza de belleza absoluta que lamentablemente se iría en fade y del cual conocemos tan solo una parte un tanto deslucida pero hermosamente emotiva.
KILL GIL apareció en nuestras vidas por primera vez en el 2007, en forma de descarga ilegal por manos de un traidor anónimo (cuyos nombres son muchos y certezas ninguna) que, en un acto de doloroso e incógnito apuñalamiento, filtraría una primera versión del disco que recién encontraría su edición oficial tres años después con algunos cambios y complementos visuales. Lo cierto es que no es lo más conocido ni escuchado del repertorio de Carlos, pero es un disco adherido a su esencia y una imagen impactantemente fuerte de su época, con un concepto tan pensado como elaborado aunque, tal vez, no tan logrado. Es una obra auténtica, prisionera de un artista atormentado por sus propios demonios y torturado por la velocidad de sus ideas. Es la negación y necesidad de cambio funcionando al mismo tiempo. Es el asesinato del gil que todos tenemos adentro.
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