Por Redacción
2021-02-19 14:57:44
Portada “Goats Head Soup” de The Rolling Stones.
La ansiedad, el misterio, el amor, el odio y la temperatura ascendente son la clave más sincera del rock and roll. Valores universales que enriquecen a una cultura tan decadente y comprometida como corrupta y profunda. Digo corrupta porque sus contradicciones la condenan y su ambición la obliga, más seguido de lo que nos gustaría, a erosionarse y degradar su inalienable compromiso político y artístico en pos del reconocimiento social, la difusión masiva o el respaldo económico necesario para continuar ejerciendo. Hoy, hay quienes pretenden que el rock deje de ser un canal expresivo y comunicacional para convertirse en un commoditie accesible, masticado y de fácil digestión. Casi podríamos decir que los idealistas hemos perdido la batalla, ¿pero no se trata esta cultura de seguir peleando aunque nos hayan bombardeado el búnker?, Claro que si.
Para 1972 los Stones habían tenido algunos años difíciles entre persecuciones fiscales, requisas policiales y el escarnio público y mediático que suscitaba ser la banda activa más grande del mundo. Las tensiones personales, cambios de formación e inclusión de nuevos músicos de sesión habían logrado una consolidación artística claramente fundamentada sobre la química compositiva del sello Jagger /Richards y el envidiable pragmatismo rítmico de Charlie Watts. Los Beatles se habían separado y esa falsa rivalidad ya no existía entre la gente. El momento era extraño y los 70´ acusaban la seriedad que vendría como consecuencia de la fiesta psicodélica de los 60´. Los Rolling Stones quebraban para finalizar una era y grababan un disco pivote, con poco hit pero absolutamente sensible a los signos de su tiempo. El resto, sería historia contada.
GOATS HEAD SOUP es un disco inestablemente sincero, copado por la necesidad de descomprimir una década de excesos generales y desvaríos egomaníacos típicamente Jaggerianos. Es el cierre de la etapa más prolífica y experimental de una banda averiada por la muerte y elevada por su capacidad de trabajo. Es el cambio de la nebulosa londinense hacia el calor del porro jamaicano que inundaba el Dynamic Sound Studio y enamoraría para siempre de Kingston a Keith Richards. Es la incomprensión de su propia y futura trascendencia. La conversión del músico en deidad. Es una banda de rock alcanzando la gloria eterna y absoluta para sobrevivir a su propia ceniza.
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