Por Jeremy Mendez
2022-02-09 17:54:14
El principio de acuerdo entre el gobierno nacional y el Fondo Monetario Internacional, despertó la alerta entre los movimientos ambientalistas por el avance de uno de sus miedos y sus mayores luchas. La premisa de que la necesidad de pagar deuda propiciará un avance del modelo extractivista en Argentina es un común denominador de muchas organizaciones.
Históricamente, el Estado nacional ha dejado como última prioridad el cuidado del ambiente, desde las jerarquías burocráticas institucionales que se les otorga, hasta poner a cargo a personas que poco y nada tienen que ver con la militancia o los estudios ambientales. Pero particularmente el gobierno nacional actual, mantuvo desde el principio una mirada con sentido extractivista. Los comienzos de la presidencia de Alberto Fernandez estaban fuertemente orientados la explotación de espacios como Vaca Muerta, lugar en el que, además de la extracción tradicional del petróleo, se lleva adelante el fracking que deja toneladas de residuos tóxicos, además problemáticas sociales como es el caso de Sauzal Bonito, pueblo que el año pasado llegó a tener 60 sismos en 10 días como consecuencia del fracking.
En el mismo sentido, el ministro de Ambiente y Desarrollo Sustentable, Juan Cabandié, supo decir que Argentina necesita dólares y que no se pueden conseguir dólares sin contaminar. Y más recientemente, el ministro de Desarrollo Productivo, Matias Kulfas, dijo irónicamente en este medio, en el programa Pasaron Cosas, que en un sentido ecologista no deberíamos usar bicicletas porque están hechas de metal.
En este contexto, en esta historia nacional y con la experiencia del gobierno de turno, el principio de acuerdo con el FMI activa todas las alertas de la mirada ecológica. Y si sumamos el impulso de la insurrección del pueblo chubutense que hizo dar marcha atrás la Ley de Zonificación Minera, la búsqueda de seguir en el centro de la escena política se hace cada vez más fuerte.
En Argentina se practica la minería, la extracción de petróleo, la ganadería y agricultura, entre otras prácticas de alto impacto ambiental. Son industrias vitales para el sostén económico del Estado-Nación al ser una alta fuente de ingresos de divisas.
Ante la necesidad imperiosa de sostener estas prácticas para sostener el Estado, es imprescindible la búsqueda de un modelo de industria que garantice los ingresos sin sacrificar el ambiente.
Los extremos de esta disyuntiva son los que están tomando su lugar en los medios, aunque siendo honestos, lo que aparece en los medios es una caricaturización de esos extremos.
Entre estos dos puntos extremos, un poco irreales pero que en su sentido de abstracción nos sirven para tener una visión más clara, tiene que haber un punto de encuentro. Una síntesis. Un ambientalismo que niegue toda industria e impida el desarrollo sirve tan poco como un desarrollismo que no le importe más nada que poder exportar bienes para conseguir dólares.
No es nada nuevo lo que estoy planteando. Hace años se viene hablando del concepto “sustentable”. Incluso tenemos un Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable. Por otro lado, también existen los conceptos de economía circular o las industrias verdes (impulsada por el anunció de inversión para producir hidrógeno verde).
La industria y la producción son dos pilares del capitalismo desde la Revolución Industrial. Y no es coincidencia que los índices de calentamiento global se midan en unidades de temperatura por sobre los niveles preindustriales. Es decir, el punto de referencia sobre una temperatura que no sea patológica, es la que quedó detrás de los años de la Revolución Industrial.
Pero dos siglos y medio después de esta revolución, es hora de acelerar una transformación hacia una industria más sana. Una industria que piense en el mundo ya no solamente para las futuras generaciones, sino para la nuestra dentro de unos pocos años.
A su vez, uno de los puntos a repensar sobre el desarrollismo actual, es el impacto directo sobre las comunidades. Nombré anteriormente el caso de Sauzal Bonito, pero no es el único impacto que tiene el modelo extractivista sobre las comunidades.
En este sentido, Diego Aranda, de Asamblea Paravachasca, explicó a este medio: “Esta construcción discursiva muy fuerte en Córdoba de progreso y desarrollo, responde a una lógica extractivista que acrecienta o que necesita cada vez más bienes comunes para la acumulación de capital.” Y en este sentido profundizó: “(desarrollo vs ambientalismo) es una falsa dicotomía porque tiene que ver con que siempre este modelo de desarrollo capitalista-extractivista avanza en el mismo sentido. Y son las comunidades, son los bienes comunes, los campesinos, comunidades originarias los que se ven afectados por este modelo. Desde allí creemos que no hay dicotomía posible.”
La búsqueda de una síntesis que propicie el desarrollo productivo sin afectar al ambiente ni las comunidades es imperiosa. Y para encontrarla es necesario una participación activa y multifacética del Estado,las empresas, las comunidades y el ambientalismo. Hay mucho por explorar y discutir, pero la cuenta regresiva está corriendo y los relojes no esperan.
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